Entorno natural

 

La Sierra de Albarracín es una sierra modesta que no alcanza a romper la barrera de los dos mil metros de altitud. Su pico más alto, el Caimodorro, cerca de Bronchales y Orihuela del Tremedal se queda a sesenta y cinco metros de la hazaña. Lo que la hace singular, de una belleza difícil, es la brutal alteración del relieve formada por la impresionante acumulación de ríos en origen. En estos parajes nace el Tajo, el Guadalaviar, el Cabriel y otros muchos más de menor pedigrí fluvial. El barranco, más que la cimas, es el señor de la sierra. Insospechados tajos laboriosamente trabajados por ríos de aspecto infantil, sobrecogedores barrancos que ponen a prueba el vértigo del más aplomado.
Vista desde el camino parece como si esta sierra esturiera invertida, de forma que más que a escaladas épicas invita a zambullirse en los profundos y quietos recodos del barranco.

Para los geólogos una ración de Montes Universales es como ponerle tiza a un tonto. Sin aviesas intenciones se puede decir que aflora desde el paleozoico hasta el terciario, pasando por el mesozoico, el jurásico y el cretácico. Los macizos antiguos como el Tremedal, la Carbonera o el Collado de la Plata, alternan con los relieves de rodeno cuya erosión da lugar a encantamientos de piedra. A las parameras calcáreas se suman, las muelas, resignados montes desmochados, y los valles meridionales.

Sobre esta rugosa corteza de tierra trabajada por los años, el bosque de coníferas da la imagen de marca. Tan sólo algunas zonas de páramo, pocas, y el llano de cereal por Ródenas y Pozondón rompen el unánime predominio de las sabinas, el pino, sobre todo el pino y el rebollo. Abajo, en angostura del barranco, flanqueando el trajinar del agua, menudean chopos, sauces, alisos álamos, fresnos y demás árboles de ribera.
Al abrigo de ésta espléndida boina vegetal se han llegado a contabilizar mil trescientas especies vegetales, desde las plantas medicinales hasta las setas, sustento natural de todo un tropel de bichos de distinto pelaje y condición: ciervos, algún jabalí, zorras, gatos monteses, comadrejas, tejones, topillos, ardillas, liebres, conejos… y entre los que vuelan, pedices, codornices, palomas torcaces, tordejos, trepadores, piquituertos, arrendajos, ruiseñores, jilgueros, alondras y toda clase de rapaces, sin olvidar las mariposas entre las que la isabelina, de gran tamaño y abigarrado colorido, es acaso la más atractiva de Europa. A remojo, podemos toparnos, si acompaña la suerte, incluso con alguna nutria en el Guadalaviar, amén de la copiosa trucha y la casi milagrosa existencia de cangrejos, especie ésta que en el resto de la Península tan sólo existe ya en el recuerdo emocionado de los gastrónomos.

Al sureste de la Sierra de Albarracín se esconde uno de los conjuntos paisajísticos y culturales más sorprendentes de Aragón: el Rodeno de Albarracín. Se trata de un impresionante conjunto formado por un extenso pinar, sobre areniscas rojas del Triásico depositadas hace más de 200 millones de años y cuyo colorido adopta matices de color vino, originado por las colonias de liquenes que se asientan sobre las rocas.

Este singular paisaje fue ocupado por el hombre prehistórico, conservándose importantes muestras del arte rupestre levantino, declarado Patromonio de la Humanidad por la Unesco.